PARA LOS QUE YA SABÉIS DE QUÉ VA ESTO (podéis saltaros el párrafo anterior):
Cuando volví a casa tras aquellos días de trabajo en Cataluña (que es donde me pilló la buena noticia), me puse en contacto vía email con Clandestino, que parecía estar todavía más contento que yo de poder mandarme el premio.
Ayer, 12 de noviembre, recibí el galardón en mi casa envuelto en un sobre certificado. Dentro había otro sobre blanco con el membrete de una editorial madrileña y dentro de éste, una bolsita de papel roja, con asas y el nombre de una tienda de camisetas impreso... Lo olí todo con mucha curiosidad (sí, es una manía mía).
Sinceramente os digo que estoy encantada con mi premio, pero no por el hecho de haber recibido una camiseta sino porque ésta significa muchas cosas más. La vertiginosa sensación de haber traspasado el mundo virtual para llegar al real: el contacto por correo con Clandestino sin usar ya nuestros pseudónimos blogueros, el paquete, la foto... Todo esto me está haciendo muy feliz. Y ahora me pongo cursi pero como sé que a Clandestino le va este rollo, lo hago. Que el verdadero premio ha sido conoceros a todos vosotros, haber sido capaz de vencer mi apatía y escribir, haber conseguido que me emocionara y riera a diario con vuestras entradas, haberos tenido ahí porque sí, porque nos apetecía a todos.
Bueno, no me enrollo más, que menuda entrada me está saliendo y no se la va a leer nadie.
Muchísimas gracias a todos, empezando por Clandes por ser el artífice del concurso pero terminando por cada uno de los que estáis al otro lado de mi blog.
Un abrazo inmenso y muchos besos.
Clandestino me pidió que colgara en el blog una foto mía con la famosa camiseta en cuanto la recibiera. Pues bien, aquí la tenéis (al final de esta entrada).
Y para los que no lo leyeron en su momento, aquí está el texto que presenté al concurso:
Una brisa gélida y húmeda lijaba sus mejillas mientras una densa gota de sudor descendía contra toda lógica por la cara interna de su brazo derecho. Se aflojó un poco el cuello de la chaqueta para liberar algo de ese calor nervioso que su cuerpo había empezado a irradiar en el momento mismo de bajarse del avión en Oslo.
Avanzaba con paso firme y ademán decidido, como si los pasillos del aeropuerto de la capital noruega formaran parte de su vida cotidiana. Ya no había marcha atrás. Hacía más de dos meses que Mina le había llamado por última vez. Llorosa, con la voz entrecortada y abrumada por la angustia le había dicho que no podía, que no tenía fuerza suficiente, que era una cobarde, que la olvidara. El mensaje llegó de forma tan inesperada y sonaba tan irreal, que Carlos apenas reaccionó. Tan solo atinó a pedirle que se calmara, que no se preocupara por nada, que todo saldría bien. A través del teléfono le mandó un beso tierno y sincero, y le prometió que la llamaría al día siguiente... Y la llamó. Al día siguiente. Y al otro. Y todos los días hasta prácticamente cumplir los dos meses. Mina nunca respondió al teléfono y jamás devolvió los mensajes que él dejaba grabados con dolorosa ansiedad en su contestador.
Tendió al taxista una tarjeta con las señas de ella escritas en tinta azul. El chofer asintió con un locuaz gesto de la mano, arrancó el coche y enfiló por una avenida de calzada mullida y salpicón de árboles grises. La nieve silenciaba el paso del automóvil. A Carlos le dio la sensación de estar surcando aquel frío manto a lomos de algún animal fantástico “y tan ficticio como mis sueños con Mina”, pensó con acritud. Le escocían los ojos de tanto contener el llanto; miró por la ventanilla e intentó concentrarse en la belleza onírica de aquella ciudad de fábula.
Al cabo de lo que le parecieron unos pocos segundos, el chofer silenció el motor y le indicó la tarifa apuntándola con el dedo. Carlos le pagó generosamente, se bajó del vehículo y respiró hondo. El aire frío le hizo toser. Escrutó la fachada del edificio en busca de la que debía de ser su ventana. Quietud.
Se acercó al portal y pulsó el timbre de una vivienda que no era la de Mina. Una voz cansina pero amable preguntó por su identidad. Pronunció el nombre de ella en tono interrogativo y la voz del aparato debió de contestarle que se había equivocado de piso pero que, no obstante, le abría. “Perfecto”, pensó Carlos.
Ascendió los peldaños del inmueble con decisión pero sin ánimo de espantar al sosegado silencio que se descolgaba con pereza por el hueco de la escalera. Se detuvo ante la puerta pintada de verde que mostraba la letra C. “Curiosa coincidencia”, se dijo. Pulsó el timbre y esperó. Tragó saliva. Se atusó el pelo. Aguzó el oído; las tablas de madera crujieron bajo su peso al acercarse a la puerta para escuchar. De pronto sonaron al otro lado los pasos ágiles y livianos de un par de pies enfundados en algún tipo de zapatilla. Carlos se enderezó de inmediato y esbozó su mejor sonrisa.
La puerta se entreabrió y un par de profundos ojos azules lo interrogaron sin mediar palabra. Su sonrisa se desvaneció como engullida por un desagüe y a continuación se oyó a sí mismo preguntar quedamente: “¿Mina?”
La chica pareció encantada de saberse la respuesta y en un inglés casi perfecto le dijo: “She’s gone to Madrid. I think she went to meet her boyfriend there.”
P.S. 1: Doy aquí las gracias a Cristina y Silvia, del gimnasio Liceo, por haber accedido amablemente a hacerme la foto allí mismo.
P.S. 2: La talla es perfecta, Clandes.
:-)